Pesadilla

Entras en mi sueño con una fina telaraña de pestañas asesinas. No puedo abrir mis ojos. Me tienes aferrada a la suavidad de mi cama. Respiro agitada mientras me lames la planta de los pies. Tienes paciencia, tienes tiempo, me tienes. Entonces las paredes de mi mundo se difuminan y empiezan a crecer enredaderas y rosas con espinas como espadas oxidadas. Ya no estoy en mi cama, mis pies tocan el suelo y tengo que correr. Corro por un jardín salvaje, cosas sin forma concreta se me enredan en el pelo, se me meten en los ojos y en la boca. Me siento perseguida por algo, algo conocido, familiar, como los monstruos de debajo de la cama. Los que de niña se comían mis calcetines y las manos de mis muñecas. Sólo las manos. Me dejaban pequeñas muñecas mancilladas con diminutos muñones insultantes y despiadados. Los odiaba. Esas cosas se quedaron conmigo, aunque no les podía poner nombre. Iban detrás de mí en el sueño.
Llego sin aliento al borde de un acantilado que se transforma en un largo pasillo angosto, lleno de cuadros retorcidos con fotos de niños perdidos. Niños que me miran con sus bocas abiertas en un grito silencioso que me aterra. Nada tiene sentido y la sensación de vértigo me hace acelerar.
Es la hora de despertar.
Ya no te quiero en mí. Es la hora de abrir los ojos, pero no puedo. Noto tu aliento en mi cara. Frío, ácido, como el sudor del terror puro. Un olor inconfundible, el mío propio, mezclado con algo primitivo, ancestral. Intento moverme y es hielo ardiente lo que siento en mis venas. Veneno. Abro los ojos y estás sobre mí, me besas con tu boca oscura y dentada. Quiero gritar, el grito se muerde la lengua de puro asco. Eres mi dueño pero yo no te lo voy a permitir más. Te quiero fuera. Ya.
Cuando suena el despertador sé que aún no me despierto, y escucho tu risa. Esa risa afilada, burlona, me acaricia la nuca antes de desaparecer.
Por hoy ya está bien. Mañana, quizás vuelvas, pero ahora el día es mío y todo su esplendor me hará olvidarme de ti. Casi como si no existieras, como si no pudieras ser, igual que las explicaciones de mi madre sobre las manos de mis muñecas mutiladas. Ella decía que era yo, (¡pobre mamá!), decía que me las comía yo de pura ansiedad. Así explicaba ella la barbarie. Igual hago contigo, maldita pesadilla recurrente, ente, demente que me sigue. Pero de todas formas, eso ya no importa demasiado. Debajo de la ducha, todos los monstruos se quedan con cara rara, como gatitos mojados. Y no dan miedo. El agua caliente recorre mi cuerpo entumecido. Es algo bueno. El día empieza. Todo lo demás es sueño.
Las pesadillas permanecen en silencio. Por ahora.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Anais eres muy hermosa y me encanta lo que escribes.

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