La vuelta de la esquina
Han quedado expuestas las raíces de nuestro
árbol. Las veo gruesas retorcerse bajo el sol. Si cierro los ojos aún puedo ver las venas de tus manos, tus ojos
cansados, tus pies, tu pequeño cuerpo mientras lo abrazo. Se ha quedado mudo
tu sillón orejudo y el silbido entre tus labios. Ya no hay tiempo para contar
cuentos. No quedan dulces escondidos por los bolsillos. Ha pasado el tiempo de
los juegos.
Ahora vienen los años como espinas oxidadas, y ya sólo vivimos de
tus recuerdos: fotos descoloridas, sonidos difusos, recuerdos de una
bicicleta viajera... Y tu voz. La voz es lo primero que se olvida, lo que no se
piensa que jamás pueda ser olvidado. Es un sacrilegio.
Como la muerte. La maldita muerte que es una trampa, puro veneno.
Pero la muerte es paz, y duele a pesar de ser buena a su manera. Yo no lo quiero
entender. Pero lo entiendo. Aunque me duelan los ojos por dentro. Porque
entiendo que todo es un círculo y que tú estarás con ellos al otro lado del
cerco, a la vuelta de la esquina. Esperando a que todos caminemos juntos, como
quizás no lo supimos hacer en vida.
Mientras tanto el mundo con sus guerras y sus fiestas sigue
rodando. También con sus niñas hermosas y fuertes, con sus hombres y mujeres
valientes, que siguen adelante. Con todo el amor y el coraje, con ganas de
encontrar sentido a todo esto. Aunque no lo tenga. Porque lo necesitamos,
necesitamos ese significado para seguir. En busca de la felicidad...
Pasarán los días como espinas oxidadas, pero
también cómo árboles en flor que se enfrentan al vendaval, triunfantes a pesar
de todo. Eternos en su finitud. Preciosos.
Adiós, abuelo. Quiero recordarte a lomos de tu bicicleta, bajo el sol de Barcelona. Feliz, ligero como el viento. Triunfante sobre la muerte. Lejos de los últimos años, malos, retorcidos, culpables. Lejos...
Hasta la vuelta de la esquina.
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