La reina araña


Ha vuelto. El mismo sueño que me hacía estremecer. Siento sus delgadas patas en mi cara, y su tela, la fina telaraña enredada en mi pelo. Siento su aliento en mi boca. Sus palpitaciones en mi oído. He abierto los ojos dentro del sueño como debajo del agua. Todo era turbio, oscilante. Me he deslizado hacia adentro dónde las espinas del bosque inventado eran más afiladas y remotas. Descalza. Siempre vuelvo a ese sitio descalza, las piedras arañando mis pies. Lentamente, milimétricamente perforada por miles de agujas invisibles. Silva el viento del centro de la tierra en mi cabellera. Voy al encuentro de la vieja reina. Ella me espera sentada en su trono de huesos. A sus pies los cadáveres de los hijos no deseados. De los impostores. Quiero que ella me lama la cara, me llene de miedo. La deseo tanto que no puedo contener mi impaciencia. No entiendo lo que pasa. Sólo siento. Y me dejo llevar descalza por los más oscuros anhelos. La reina araña me contempla con sus múltiples ojos pulidos, helados. Quiero verme reflejada en ellos. Mataría por ser suya. Ella lo sabe. Si pudiera sonreír sé que lo haría. Pero no puede. La contemplo en todo su esplendor. Quiero ofrecerle algo valioso. Aprieto la mano contra mi pecho y clavo las uñas. Justo eso. Eso es lo que ella quiere. Se lo doy sin sentir nada. Sólo algo parecido a la felicidad. Ella devora mi corazón.
Despacio.

Y noto algo.
Algo parecido a la tristeza, cuando ya no queda nada para mi reina. Ya no puedo darle nada más. Entonces ella chilla furiosa, hambrienta. Quiere más de mí. Miro mi pecho abierto y vacío. Lloro. No puedo darte nada ya. No puedo. Ella no comprende. Se lanza furiosa sobre mí. Despierto. 
Aún noto su aliento en mi cara. Y escucho el crujir preciso de mis huesos bajo el poder de sus mandíbulas. Vuelvo a sentirme extrañamente feliz. Mi reina, mi diosa de lo oscuro y lo maldito, ha sabido sacarme partido. Ya no queda nada de mí.

Y el sueño termina.

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