La mujer pájaro
La mujer pájaro se acurrucó desnuda en un nudo de pensamientos. Era lo hora de la pesadilla y por los patios de vecinos subía un tufo impreciso a cenas y peleas. Nadie vendría a sacarla de su pequeño juego estéril. Nadie le lavaría la cara con la toalla rasposa. Estaba sola, acechando su propia sombra, dispuesta para cercenar la perezosa violencia que se escapaba repulsiva por las ventanas. En el fondo ella era una superheroina.
La mujer pájaro silenciosa esperaba. Hasta que oyó el llanto del mismo niño de siempre. Un diminuto niño de hilo y pestañas que no podía dormir porque su madre lo amamantaba con sangre de alga. Tan delgada estaba que de sus pecho no salía más que rabia. Y el niño finísimo se deshacía en lágrimas. Entonces la mujer pájaro bajó por la fachada, lamiendo el yeso sucio de las paredes. Se deslizó con el pecho plano pegado a las grietas de mediocridad de sus vecinos infectos. Como una ladrona entró por la ventana, cuando la madre derrotada dormía su sueño de pequeñas pastillas. La mujer pájaro abrazó al niño; una manta de carne y plumas. El niño con ojos de viejo ancestral, la miró silencioso y entendió de repente todo el dolor del mundo. Sonrió.
Más tarde, la mujer pájaro, entró en otra casa, por otros motivos. No fue piadosa. Sobre la mesa desordenada quedaron los cadáveres petrificados de un acomodado matrimonio de elegantes tenderos. Se habían jurado amor eterno antes sendos platos de pasta fría. Ahí se quedaron, mudos y tan fríos como la cena.
La mujer pájaro estaba cansada. Por aquella noche no habría más trabajo. Todo estaba en orden.
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Saludossss
Saludosss
Buenas noches, miau!
¡Miamau!