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Mostrando entradas de junio, 2015

On fire

Estoy en llamas. Arde mi pelo. Quiero gritar y el grito me quema la garganta. Estallo con el fuego abrasador que consume la risa. Salto precipicios, descarrilo trenes, reviento globos de helio y entro en erupción. Soy la diosa de alguna perdida civilización que adoraba volcanes. Soy pura llama. En estos tiempos de miseria y cenizas yo ardo como la poderosa ninfa, entraña de la tierra viva. Yo quiero justicia. Yo soy una habitación en llamas con las puertas selladas. Soy el muro de Berlín en brea y llamas. Soy un árbol de brazos electrocutados, ardiendo sin piedad bajo el sol del desierto del Gobi. Alucinada con todo este mundo que me ha tocado vivir, con toda la inmundicia de mi amado país explotando en las caras de los debilitados ciudadanos. De los que tragamos veneno y cuchillos y cenizas de cadáveres, de los cuerpos mutilados de nuestros hermanos. Los valientes, las heroínas,  que han caído en la hoguera de esta sociedad en llamas. Ardan todos los corruptos, todos los sobres neg

Escaleras

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La casa era pequeña, como un laberinto de arena en una botella. Las cosas siempre estaban por en medio, todo nos molestada. Tú subías las escaleras descalzo y te escondías en los armarios de la ropa blanca a leer poemas de Anne Sexton y a suspirar con cosas que ya no estaban allí. Yo salía al diminuto jardín a regar las plantas, a cazar mosquitos y a beber lentamente cervezas frías que nunca me emborrachaban. Por la noche subía las escaleras para verte, quería darte un beso y rozarme las mejillas con tu barba de dos días. Pero a veces no te encontraba en el minúsculo piso. Habíamos creado universos paralelos y en esos espacios ilimitados nos sentíamos demasiado cómodos como para buscarnos de verdad. Había demasiadas escaleras que no iban a dar a ningún sitio. Escaleras que eran como un laberinto. Y allí seguimos, perdidos, para siempre. Hasta que uno de nostros encuentre en centro. O la salida...

La mujer pájaro

La mujer pájaro se acurrucó desnuda en un nudo de pensamientos. Era lo hora de la pesadilla y por los patios de vecinos subía un tufo impreciso a cenas y peleas. Nadie vendría a sacarla de su pequeño juego estéril. Nadie le lavaría la cara con la toalla rasposa. Estaba sola, acechando su propia sombra, dispuesta para cercenar la perezosa violencia que se escapaba repulsiva por las ventanas. En el fondo ella era una superheroina.  La mujer pájaro silenciosa esperaba. Hasta que oyó el llanto del mismo niño de siempre. Un diminuto niño de hilo y pestañas que no podía dormir porque su madre lo amamantaba con sangre de alga. Tan delgada estaba que de sus pecho no salía más que rabia. Y el niño finísimo se deshacía en lágrimas. Entonces la mujer pájaro bajó por la fachada, lamiendo el yeso sucio de las paredes. Se deslizó con el pecho plano pegado a las grietas de mediocridad de sus vecinos infectos. Como una ladrona entró por la ventana, cuando la madre derrotada dormía su sueño de peque