Ella da miedo
Ella da miedo. Es tan hermosa que da miedo. A pesar de los años que lleva muerta provoca aún miedo y fascinación. Sus fotografías son como alucinados ojos abiertos en la oscuridad. Enamora y aterroriza, porque alguien así sondeó en lo profundo y se perdió. Y se encontró a través de las fotografías, de sus preciosas criaturas de belleza epidémica y visceral. Y se perdió... Pero nunca del todo, porque sigue inspirando aún después de muerta, como los grandes. Una de las grandes. Desde lo under y lo ground siempre habrá ojos fascinados que se paseen por su magnifica geografía de símbolos y dolor.
Hace tiempo participé en un maravilloso tributo a Francesca Woodman, ya para siempre en mi corazón. Ahora os dejo de nuevo con mi humilde aportación, un diminuto cuento que explica parte de lo increíble, de lo triste, de lo bello, pero no todo. Siempre es bueno dejar que la gente se quede con ganas de más y que sienta la necesidad de seguir buscando sobre la vida y obra de la Woodman, la fotógrafa surrealista que se fue demasiado pronto.
Hace tiempo participé en un maravilloso tributo a Francesca Woodman, ya para siempre en mi corazón. Ahora os dejo de nuevo con mi humilde aportación, un diminuto cuento que explica parte de lo increíble, de lo triste, de lo bello, pero no todo. Siempre es bueno dejar que la gente se quede con ganas de más y que sienta la necesidad de seguir buscando sobre la vida y obra de la Woodman, la fotógrafa surrealista que se fue demasiado pronto.
“Mi vida en este punto es como un sedimento muy viejo
en una taza de café y preferiría morir joven dejando varias realizaciones… en
vez de ir borrando atropelladamente todas estas cosas delicadas…”.
Francesca Woodman (1958-1981)
El amanecer de Francesca Woodman
La noche había sido intensa. El humo, denso y azul,
aún hacía los contornos de las cosas borrosos. Ella estaba sentada en el suelo,
descalza, con un cigarrillo a punto de consumirse entre sus inmóviles dedos.
Por todas partes, desorden y algunos vasos llenos de alcohol hasta el
borde. Manchas en el parquet. Una cámara
de fotos. Papeles. “¿Qué había sido de los pájaros al amanecer?”. Se preguntaba
la joven con el corazón helado. “Ya no se oyen en esta parte de la ciudad,
maldita ciudad de plástico y metal”. Ella siente un escalofrío recorrer su
entumecido cuerpo, quisiera salir corriendo en busca de esos pájaros perdidos,
para traerlos de vuelta a su rincón.
La noche fue una alegre tempestad. La gente había
llegado con su ruido de besos largos, y se había ido dejando un poso denso y
hermético. El cigarro se consumió en los dedos de Francesca, y ella ni se dio
cuenta. Era una hora mala para darse cuenta de las cosas, mucho mejor dejarse llevar
por el humo. Ella, en realidad, no
quería estar en otro sitio. No podía imaginarse lejos de su pequeño piso. Aquel
era su espacio de creación, dónde intentaba captar la esencia misma de la luz y
la verdad de los cuerpos. Francesca suspiró y encendió otro cigarrillo. Ella
quería quedarse allí, quizás para siempre.
Tanto frío sintió que al final se levantó, lentamente, como una vieja
con huesos de cristal. Entonces recordó que el amor era una herida abierta de
par en par que ya no le pertenecía. Francesca quiso llorar, pero sus ojos
eran dos pesados ceniceros
preñados de colillas. Su boca pastosa le trajo a la memoria viejos besos borrachos.
Nudos de alquitrán sujetaban sus muñecas. Un día fue capaz de captar la luz con
sus manos, la belleza de lo irreal. Pero ella ya no sabía cómo continuar con su
trabajo. Ya no era capaz de captar la magia de los cuerpos desnudos, ni la
verdad de su propio rostro. ¿Qué haría si los pájaros la abandonaban para
siempre?
El frío, como si fuera su señor, la había poseído. “¿A dónde iré, si ya no puedo crear? Mi
cabeza es un laberinto lleno de
enredaderas. Trepo por ellas, me subo por las paredes, arranco el papel de
flores, me lo como con desdén, pero no
soy capaz de encontrar la luz en esta habitación. Y el frío como un puñal me
arrebata las ideas. Una a una. La ventana es como una boca desdentada y sucia
que me insulta. Yo antes era… Francesca
Woodman, y creaba bellos universos borrosos y etéreos, como mi propia vida. ¿A
dónde han ido? Tengo algo roto aquí dentro, algo pesado que tira de mi hacia
abajo. Pero sé que en el fondo no hay nada. La inspiración ha salido volando
por la ventana. Volando, lejos de mis manos.”
Ella se mira reflejada en el cristal, y toma una
decisión. La que de una vez por todas la hará inmortal e imperecedera. Como sus fotografías, Francesca se desdibuja
para decirnos algo. Sólo hay que escucharla con los ojos bien abiertos.
Entonces, de alguna manera comprenderemos porqué Francesca Woodman dejó de ser
para habitar en sus fotografías.
Allí, la luz es
clara y los pájaros siempre cantan al amanecer.
Anaisnit Marzo 2010
Comentarios
http://nervoeiro.blogspot.pt/2013/10/el-amanecer-de-francesca-woodman-o.html
Colgué aquí también:
http://meninasvamosaovira.blogspot.pt
saludos