Maderas nobles

Te compras un mueble de auto-montaje y sientes que tu vida deja de tener sentido tal y cómo la concebías hasta hace apenas unas semanas.

Me llamo Tamara Márquez Guillón y siempre he querido vivir rodeada de belleza y comodidades. Mi familia no era precisamente rica, pero me educaron para ser de la élite. Y lo conseguí. Estudié arquitectura y monté un estudio profesional que estaba de moda, por lo que me ganaba la vida más que suficientemente. Vivía con mi novio en un precioso ático en el centro de la ciudad decorado con las últimas tendencias en muebles y electrodomésticos, que iba cambiando a mi antojo según mi estado de ánimo. Me apasionaban especialmente los muebles caros, de maderas raras y exquisitas. Eran una auténtica obsesión para mí. Tanto que había meses que me gastaba gran parte de mi sueldo en renovar habitaciones enteras con los elementos más caros y sofisticados del mercado. Mi novio, un guapísimo modelo de ropa interior, también se ganaba la vida de maravilla y en cierta forma compartía mi afición por las maderas delicadas. O eso creía yo.

Un día lo pillé encima de mi magnífico escritorio imperial en madera de bocote, de color café amarillento con dramáticas vetas casi negras del sur de México. Estaba montándoselo con nuestra decoradora de interiores. Una rubia casi albina que nos había decorado precisamente el estudio que tan sacrílegamente estaban profanando. Fue todo un shock para mí. Lo eché de casa sin muchos miramientos. ¡Pobre escritorio mío! ¡Cómo se le ocurría profanarlo así! Además se atrevieron a rayármelo, los muy descarados.

Así que me quedé sin novio y con un mueble carísimo mancillado. No pude volver a dibujar mis planos sobre él. Caí en una lenta pero inexorable depresión y desatendí mi estudio de arquitectura. Empecé a tomar muy malas decisiones y me metí en un par de funestos negocios. Sin embargo, seguí comprando muebles compulsivamente hasta que mi cuenta bancaria quebró y me hallé sin dinero para seguir pagando mi elevado tren de vida.
Tuve que meter mis maravillosos tesoros en un BlueSpace por semanas. Y acabé alquilando un sobreático sin ascensor en la otra punta de la ciudad. Un cuchitril de 30 metros cuadrados que apenas tenía luz y sin amueblar. No podía usar ninguna de mis preciosidades en aquel antro atroz, así que me vi mirando con ojos desesperados un catálogo de la tienda de muebles baratos y “modernos” por antonomasia. Aquello me hacía perder el aliento, ¿cómo nadie en su sano juicio podía pagar por un mueble de nombre impronunciable que además tenías que montar tú mismo?  El mundo estaba loco y yo tenía que ser cómo ellos. Así que acabé comprando lo que necesitaba y ahora estoy aquí a cuatro patas en mitad de mi diminuto comedor intentando entender dónde va el tornillo 100214 para  la puerta del aparador Bjursta.

En momentos así me doy cuenta de que puede que haya llevado muy lejos mi afición por lo caro y extravagante y ahora pago el precio. Supongo que cuando tenga montado este armatoste tendrá sentido mi vida, sí. Seguro que si compro muchas cositas de ésas pequeñas y baratas, que encuentras en la tienda entre sus retorcidos pasillos llenos de escenas de pisos como el mío, seguro que así volveré a reconducir mi vida. ¡Oh, sí! Algún día, aunque no sé cómo, podré volver a darles el lugar que se merecen a mis preciosos y enormes muebles que ahora guardan polvo en un olvidado trastero azul.




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