Amigo fiel
Es la hora de volver a casa. A las doce, mi humana
empieza a preparar la comida y no me puedo perder el espectáculo. La diminuta
cocina se llena de cacharros, movimiento y buenos olores. Siempre hay algún
regalo para mí. Cuando suenan las doce en el viejo reloj del mercado ya es
hora de partir rumbo a mi hogar. Aunque aquí huele de maravilla, no ha habido
manera de pescar ni un trocito de boquerón. En este mercadillo es muy difícil
pillar nada, no tiran ni una raspa al suelo. Lo pesan todo con mucho mimo y los
gatos no somos bienvenidos por estos
dominios. Pero yo vengo igual todas las mañanas a olisquear y mirar con ojos
suplicantes a ver si alguien se apiada de este pobre, y hambriento y
desamparado minino. En realidad, soy un gato bien alimentado y feliz que tiene
la suerte enorme de poder salir a pasear sin problemas todos los días. Salgo a
eso de las ocho, ya desayunado, tras haber saludado efusivamente a mi dueña
para que se sienta contenta conmigo y me dé de comer muchas cosas ricas. Luego,
cuando ya me he frotado bastante contra sus delgadas piernas me zampo el
contenido de mi cacharro como si no hubiera un mañana. La verdad es que no
tengo mucho apetito a esas horas, pero no quisiera hacerle un feo a la mujer,
que me cocina expresamente unos platos muy condimentados y algo indigestos pero
que dejan buen sabor de bigotes. En lo que estábamos, que después de zamparme
mi desayuno tengo que hacer algo de ejercicio. Aprovecho que mi humana está
haciendo sus quehaceres para escabullirme por el jardín. Hay un agujero
considerable detrás de las azaleas que es perfecto para mí. Bueno, tengo que
empezar a vigilar lo que como porque llevo unos días que me quedo un poco
atascado y la imagen no es nada digna para un gato elegante como yo. Si el
perro tonto del vecino fuera lo bastante madrugador disfrutaría de un
espectáculo gratuito de contorsionismo nada estético que no estoy dispuesto a
brindarle.
Hoy voy un poco más rápido de lo habitual, cuando han
sonado las doce campanadas me he sentido raro. He notado cómo se me erizaba el
pelo de todo el cuerpo. Tengo que darme prisa, he de ir con mi humana. Ella me
necesita. Corro entre las piernas de los atareados compradores y casi tiro al
suelo a un par de despistados que se han cruzado en mi camino. A la carrera no
soy el minino adorable que suplica comida con ojos líquidos y relucientes.
Corriendo soy como una bestia parda con fulgor en la mirada. Soy una centella,
una pantera en miniatura… Vale, una pantera un poco rechoncha y más parecida a
un panda, pero con mucha clase aún y así.
Nada más desatascarme de la valla de mi jardín siento que algo anda mal. No noto en el aire el olorcillo de algún guiso cociéndose en
la atiborrada cocina de la casa. Se me vuelve a erizar toda la piel. Mi
humana, mi vieja adorable, ¿dónde está el frus-frus de sus zapatillas sobre
el linóleo? Silencio absoluto. Tengo frío en
las patitas.
Antes de entrar en la cocina detecto una de sus mullidas zapatillas rosas en mitad del
pasillo. Allí está, quieta y boquiabierta, como esperando ser mordida por mí.
Pero no tengo tiempo para juegos, ¿dónde se esconde mi humana, mi amiga?
Empiezo a maullar con toda mi alma de gato viejo. Allí está ella, tirada en el
suelo, retorcida contra los fogones con la mirada perdida en el techo. Rujo de
dolor, salto sobre ella y lamo su cara fría, sus pliegues blandos, con toda mi
alma. Mi lengua rasposa apenas consigue hacerla reaccionar. Pero sí, aún hay
vida en su cuerpo retorcido. Entonces aumento la intensidad de mis
maullidos, mis alaridos desesperados alertan por fin al vecino de al lado, el
dueño del perro tonto que tanto me incordia, pero que en ese momento me parece
un dios de los mares. El hombre actúa con rapidez y le aplica los primeros
auxilios a mi viejecita mientras llama con el móvil a emergencias.
No sé si saldrá de ésta, pero de una cosa sí estoy
seguro. Yo no me bajo de encima de mi amiga ni que me den con una pala. Aquí estoy
yo, ronroneando sobre su regazo, hasta que lleguemos al hospital y luego me
quedaré en vela toda la noche para cuidar de ella, porque es mi humana y es mi
responsabilidad. Y a
ver quién es el guapo que se mete con un minino adorable como yo, un adorable gatito que apenas pesa 8 kilos. No me moverán.¡Miau!
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